Nicolás Lynch: América Latina

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América Latina:
un futuro en disputa

Latin America: A Future at Stake (English) | Español

 

Nicolás Lynch

Universidad de San Marcos, Lima, Peru

 

1. Para tener futuro hay que ser dueños de nuestro destino

El futuro de América Latina depende de una democracia que le permita a los pueblos apropiarse de su destino. Esta apropiación, sin embargo, no es cualquier cosa. Supone primero una democracia que garantice la participación de los ciudadanos para producir bienestar, o sea, una democracia que no solo sea política sino también social. Y segundo, una democracia a la que para realizarse no le basten los confines nacionales sino que deba apostar a la integración continental, a la Patria Grande, para poder ser tal. Del logro de ambas cosas, democracia social y Patria Grande, depende el futuro de la región.

De esta manera, apropiarnos de nuestro destino como una forma de construir el futuro es el proceso crucial para lograr una identidad en la diversidad latinoamericana. La pregunta ¿quiénes somos?, que conduce a la vez a la historia y al proyecto, deviene así en fundamental. Esto cobra especial importancia cuando desde los países desarrollados, a través de iniciativas como los tratados de libre comercio, se quiere naturalizar nuestra condición subordinada. En otras palabras quieren imponernos el “somos de otros” que no es lo mismo que “somos otros” o mejor todavía que “somos nosotros”. Sin embargo, desde la política la definición de nuestro “lugar en el mundo” aparece como fundamental. Hogar nacional, relación de pertenencia, lugar de enunciación, punto de apoyo, plataforma de reclamo. Sin “lugar en el mundo” como lugar propio, concepto intrínsecamente opuesto al de subordinación, no hay política que hacer y nuestra pretensión de poder no está condenada solo a la derrota sino a la desaparición. Por eso digo, sin ambages, que lo está en juego junto con nuestro futuro es nuestra identidad.

 

2. Los distintos significados de la democracia

Sin embargo, la comprensión de la democracia es algo escindido en la región. El mito salvador que surgió de las transiciones de los setentas y los ochentas del siglo pasado ya no existe más. Fue un camino para salir del horror de las dictaduras militares, como repetía Carlos Franco, pero no condujo a sociedades distintas en las que empezara a producirse progreso y bienestar. Esto fue especialmente cierto cuando el orden de libertades civiles y políticas se acompañó con brutales ajustes económicos. Los ajustes, en el guion del denominado “Consenso de Washington”, tienden a reconcentrar y extranjerizar las economías con un particular impacto en la desigualdad social, en una región del mundo ya especialmente desigual. Se produjo entonces lo que he llamado la “falacia de la consolidación”: se establecen regímenes democráticos con algunos derechos civiles y políticos, pero se recortan o eliminan los derechos sociales. El establecimiento de instituciones formalmente democráticas que norma el procedimiento para elegir representantes y respetar libertades civiles, choca repetidamente con el reclamo social de los agentes democratizadores, dejando democracias cojas en la región. Como consecuencia no se puede consolidar el régimen político.

El resultado fueron grandes movilizaciones populares, entre las más significativas el “caracazo” venezolano de 1989, el “que se vayan todos” argentino del 2001, que se repitieron con diferentes formas y matices, antes y después, en Ecuador, Bolivia, Brasil, México, Chile, Honduras y Guatemala. Las consecuencias han sido diversos, pero en un grupo importante de países, entre ellos varios de los más grandes, que agrupan a la mayor cantidad de población y una porción también mayoritaria del PBI, las movilizaciones dieron paso a la elección de gobiernos progresistas.

El giro progresista se inicia con la elección de Hugo Chávez en 1998. Este giro ha significado en los últimos casi veinte años, hasta doce gobiernos elegidos y reelegidos democráticamente que han desarrollado políticas de justicia social, redistribución de la riqueza, democratización, soberanía nacional e integración continental, proyectando en el liderazgo regional y mundial a personajes como Lula, Néstor Kirchner , Pepe Mujica y Evo Morales. Este giro progresista ha ido a contracorriente de lo que ha sido la historia latinoamericana, desde su configuración como un espacio distinguible en el mundo, que ha sido una historia de explotación y opresión, colonia y dictadura. La búsqueda de identidad diferenciada de la región desde su constitución como tal – cuando aparece América aparece Europa nos señala Aníbal Quijano – ha tenido que ver con esta historia: nos han llamado y nos hemos llamado Iberoamérica, Hispanoamérica, Indoamérica, América Latina; quedándonos al final con alguno de los resultados de estas arremetidas y quizá sino el más exacto.

Lo que está en el fondo, entonces, es un debate sobre el contenido de la democracia, a la luz de la experiencia latinoamericana, que no se ha querido dar o se ha dado solo de manera parcial.

 

3. El dilema presente

El giro progresista es, sin lugar a dudas, el fenómeno político más importante en América Latina en las últimas décadas y hay quien dice que es el fenómeno más importante desde la independencia. Sin embargo, no toda la región está recorrida por este fenómeno y hay quien pretende dibujar nuevamente la línea del tratado de Tordesillas, que dividió en la colonia temprana los territorios del Pacífico de los del Atlántico, para fines directamente subalternos.

La impronta progresista, con sus políticas de justicia social, participación y soberanía nacional, abrió un espacio de autonomía de los grandes poderes mundiales y en especial de los Estados Unidos. Este logro es de gran importancia porque permite acceder al mundo para integrarnos con relativa independencia al proceso de globalización. El impulso progresista se asienta con la derrota de la iniciativa del ALCA (Alianza de Libre Comercio de las Américas), que presenta, siendo presidente de Estados Unidos George Bush (hijo) el 2005, en la Cumbre de las Américas, en Mar de Plata- Argentina, que fue quizás la última gran iniciativa de corte neoliberal en el marco de las políticas de ajuste de las década de 1980 y 1990. El espacio de autonomía ha tenido como herramientas a distintos proyectos de integración continental que se crearon o se retomaron del pasado para construir la integración continental. Este ha sido el caso de Mercosur, Unasur, Celac y de los frustrados intentos de hacer confluir la CAN con Mercosur. Mecanismos estos de integración comercial y política que han avanzado a distintos ritmos pero en el afán de crear el espacio propio para integrarnos ventajosamente al mundo.

Sin embargo, este giro progresista motiva una reacción que tiene dos momentos: la creación de la Alianza del Pacífico, como alternativa a la integración que proponen los gobiernos de izquierda y centro izquierda, y la contraofensiva de carácter destituyente, es decir, el afán de sacar por las buenas o por las malas a los gobiernos progresistas elegidos. Esto último lo trataré en el acápite siguiente.

El inicio de la contraofensiva derechista tiene como punto de partida el lanzamiento de la Alianza del Pacífico, por parte del gobierno peruano de Alan García el año 2009 a la que se suman rápidamente Chile, Colombia y México. El objetivo de esta Alianza, a diferencia de las iniciativas de integración que promueven los gobierno progresistas, es desintegrar, para subordinarse a los Estados Unidos. La Alianza del Pacífico, además, no es una iniciativa aislada en América Latina, no, se trata de una iniciativa que es parte de la iniciativa planetaria de los Estados Unidos que incluye la proyección de la Alianza del Pacífico en el TPP (Trans-Pacific Partnership) el Acuerdo Transpacífico de Asociación; así como otro acuerdo similar, trasatlántico, con la Unión Europea. Por ello, cuando escucho que la Alianza del Pacífico puede ser compatible con otros proyectos de integración como Mercosur y Unasur no lo creo posible, porque sus objetivos políticos son distintos. Una y otra han nacido con objetivos contrapuestos no para entenderse entre ellos.

 

4. El carácter destituyente de la ofensiva reaccionaria

Pero la Alianza del Pacífico no se entiende sin la desestabilización política.
A lo largo de estos últimos quince años las derechas locales, con el respaldo más o menos visible de los Estados Unidos, han buscado desestabilizar a los gobiernos progresistas. Desestabilización ha sido el sentido del ataque a procesos emblemáticos como Venezuela, Brasil, Ecuador y Argentina en los últimos dos años, de la misma forma como se intentó hacer con Bolivia y Ecuador años atrás y como se tuvo éxito en Paraguay y en Honduras también hace algún tiempo. Se han usado diferentes técnicas ante el desprestigio del golpe de Estado clásico, tenemos el golpe blando como intentan en Venezuela, el golpe de mercado, cuyos varios intentos ha sufrido sobre todo la Argentina con los ataques especulativos y los llamados “fondos buitres”, el golpe parlamentario como sucedió en Paraguay y el golpe policial como quisieron hacer en Ecuador.

La desestabilización como tal no es un proceso democrático. Sino, más bien, como se ha dicho desde hace unos años en la Argentina: destituyente. Quieren el “cambio de régimen”, en la terminología del Departamento de Estado de los Estados Unidos.
La contraofensiva en marcha en América Latina no tiene, por ello, mucho de democrática. Quieren simplemente que se vayan los que están y que vengan otros, los que fueron desplazados por los gobiernos progresistas de la región. El cómo no creo que interese mucho. Y que se vayan para organizar la política y la forma de gobierno de manera distinta, para traer otra política en la que los votos de los ciudadanos no vuelvan a pesar igual. La Alianza del Pacífico y la desestabilización son, por ello, parte del mismo proyecto de contraofensiva para echar atrás los logros del giro progresista en América Latina.

Sin embargo, en una campaña en la que los medios de comunicación juegan un papel muy importantes, se ponen las cosas al revés. Los que han buscado ampliar las democracia a través de formas de mayor participación son llamados autoritarios o simplemente dictaduras, muchas veces por aquellos mismos que apoyaron o participaron en las dictaduras de antaño y hoy defienden democracias restringidas.

 

5. Las elecciones de este proceso

Empero la ofensiva destituyente no se da en el aire. Es posible porque el giro progresista no termina con problemas anteriores de la sociedad y la política en América Latina y, a la vez, permite, por las condiciones en que se da, que surjan nuevos problemas con los que no ha podido lidiar con eficacia.

Entre los antiguos el principal problema es la corrupción. Los gobiernos progresistas heredan el manejo de Estados que están, en buena parte, infestados de corrupción. Un buen ejemplo es el “mensalao” brasileño, una forma de manejo político en el parlamento de ese país con la que el gobierno del Partido de los Trabajadores no fue capaz de romper. Pero también están los múltiples episodios de corrupción que surgen cuando se implementan diversos mecanismos de control económico por el Estado, muchas veces indispensables para establecer planes de desarrollo y efectuar políticas de redistribución de la riqueza, que se dan en medio de una cultura de clientelismo político que forma parte de la cultura autoritaria en la relación caudillo-masas.

Asimismo, la relación entre democracia y transformación social es quizás la gran novedad de este giro progresista pero a la vez presenta problemas mayores. No olvidemos que es un tercer momento en la relación democracia y transformación social en la región. Primero estuvo la revolución cubana, en 1959, cuando la única manera de producir cambios importantes en plena guerra fría fue con la dictadura revolucionaria. Segundo el gobierno de la Unidad Popular en Chile, entre 1970 y 1973, todavía en guerra fría, que buscó hacer cambios en democracia, pagando muy caro su osadía, con miles de muertos, desparecidos y exiliados. Y tercero, al actual giro progresista, que intenta, ya con más de quince años de duración, establecer cambios sociales en democracia.

Este último proceso trae aparejado el problema de la relación gobierno-oposición. Por una parte, la oposición, casi siempre de derecha y extrema derecha, está en contra de cualquier propuesta de cambios porque afectan sus intereses materiales. Ello hace que desarrollen conductas que los llevan a pasar de adversarios democráticos a enemigos autoritarios con relativa facilidad. Esta situación produce una polarización política que afecta el pluralismo, tanto por las conductas opositoras como por las respuestas de los gobiernos, que pueden ir –de acuerdo con la cultura política y la fortaleza institucional de cada país- de la intolerancia a la represión abierta. Ello convierte la competencia democrática en confrontación y pone a la orden del día la tentación del golpe de Estado en sus distintas variantes. La única salida parecen ser las elecciones, sin embargo, ante el reiterado éxito electoral de los gobiernos progresistas, sus oposiciones parecen desconfiar de este proceso que denuncian como manipulado y ensayan otras salidas no democráticas que ya hemos calificado de destituyentes. Este es punto crucial porque si todos apuestan a las elecciones, más allá de quien pierda o gane, el futuro permanece en el horizonte.

Asimismo, las dificultades económicas de los gobiernos progresistas que se han hecho agudas en tiempos de crisis. La mayoría de estos gobiernos se han beneficiado de un período de auge en los precios de las materias primas, que les han permitido importantes tasas de crecimiento a la vez que desarrollar políticas redistributivas. Sin embargo, no han logrado sentar las bases de un desarrollo económico distinto que eche cimientos de una economía diversificada y con mayor producción nacional de valor agregado. Esto ha llevado, en diferente medida, a que pasados los buenos precios las políticas de redistribución económica tengan dificultades.

 

6. Un futuro por lograr

El futuro de América Latina no está asegurado. Para que los inmensos avances logrados en los últimos quince años se hagan realidad en una región distinta hay necesidad de enfrentar la contraofensiva destituyente y a la vez enfrentar también los problemas surgidos y resucitados en estos años. La tarea, por ello, es difícil y todavía de porvenir incierto.

El objetivo es el que señalamos al inicio de estas líneas: apropiarnos de lo que nos pertenece, es decir, ser soberanos. Distinguir este objetivo podría parecer una tarea sencilla. Sin embargo, el concepto soberanía ha sido velado con tal carga ideológica contraria por efecto de la hegemonía neoliberal que, en unos lugares más que en otros ciertamente, es complicado de distinguir. Hay un esfuerzo por naturalizar la subordinación y peor todavía la sujeción a los poderes imperiales, que ha sido la realidad de América Latina la mayor parte de nuestra historia, identificando falsamente soberanía con atraso y subordinación con progreso y modernidad. Es cierto que la región lleva toda su historia luchando por soberanía, pero también es cierto que al no haberla logrado, salvo por momentos efímeros o en los avances de los últimos años, esta vieja/nueva idea adquiere gran actualidad.

El punto en el que se condensa esta pelea es la cuestión democrática. Solo estableciendo una democracia mayoritaria que desarrolle una hegemonía alternativa a la neoliberal será posible contar con la legitimidad indispensable para proceder a la apropiación señalada y desarrollar una identidad con la Patria Grande, más allá de cada hogar nacional, que haga finalmente irreversible nuestra condición de región independiente y plenamente distinguible en el mundo. Soberanía y democracia, no solo nacionales sino también continentales, se necesitan entonces para ser alguien en el planeta.

En esas condiciones, difíciles de lograr por cierto, es que podemos decir que habrá futuro para América Latina.

 

 

Lynch_Nicolas - portraitpicNicolás Lynch Gamero, Doctor en Sociología en el New School for Social Research de Nueva York, Magíster en Ciencias Sociales en FLACSO-México y Licenciado en Sociología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Profesor Principal de Sociología en la Universidad de San Marcos. Ha enseñado en la Maestría y el Doctorado de Ciencias Políticas de la Pontificia Universidad Católica del Perú y en el Instituto de Gobierno de la Universidad San Martín de Porres. Columnista político del diario “La República” y Director del Blog de análisis político “Otra Mirada”. Profesor invitado en Johns Hopkins University, el New School for Social Research y la Universidad de Wisconsin-Madison. Investigador invitado del Woodrow Wilson International Center for Scholars. Premio al Mérito Científico de la Universidad de San Marcos el 2005. Profesor Honorario de la Universidad Nacional de Piura y la Universidad Nacional del Cusco. Ha publicado numerosos artículos académicos y varios libros, entre ellos “Los jóvenes rojos de San Marcos”, “La transición conservadora”, “Una tragedia sin héroes”, “El Pensamiento Arcaico en la Educación Peruana”, “Los últimos de la clase”, “¿Qué es ser de izquierda?”, “El argumento democrático sobre América Latina” y “Cholificación, república y democracia”. Ha sido Decano del Colegio de Sociólogos del Perú, Director de la Escuela de Sociología de la Universidad de San Marcos, Coordinador del Doctorado en Ciencias Sociales de dicha Universidad, Ministro de Estado en el despacho de Educación, Consejero Político del Presidente de la República y Embajador del Perú en la República Argentina.

 

Imagen: Plaza San Martín, Buenos Aires: El presidente boliviano Evo Morales visitando a Argentina en julio 2015 (foto por el Editor).

 

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